El totalitarismo está ya entre nosotros

no fue la silla ni la fusta
no fue la espuela ni la brida
fue el primer día
cuando, aún salvaje, 
aceptó gustoso la caricia
y el nombre.

Tres son las fuentes de la legitimidad democrática: la validez, la justicia y la eficacia. El sistema democrático representativo en su conjunto se tambalea, ante la frontal negación de estos principios por una parte creciente de la población.

La validez se refiere al respeto a las formas y principios del derecho, que dan respaldo legal a una determinada norma, o al sistema político completo. Este es un principio funndamental. Por eso los tiranos, aún los más despiadados y autocráticos, han buscado formas de "validar" su legitimidad, sea con remedos de constituciones, referendums o leyes fundamentales (Franco) o sea recurriendo a derechos divinos de cualquier tipo.
En el escenario actual, el grito de "no nos representan", respaldado mayoritariamente por la sociedad, que rechaza a los políticos y las instituciones, cuestiona la raíz de la validez del sistema democrático representativo. Éste es negado con una radicalidad y contundencia de la que ni los representantes ni los representados son aún conscientes, y cuyas consecuencias apenas hemos comenzado a sentir.

La Justicia se refiere a  la adecuación de la aplicación de una norma o de las acciones de un gobierno a lo que se supone que debe ser su finalidad: garantizar la felicidad de la mayoría, mejorando el nivel de satisfacción de las necesidades del pueblo soberano: vivienda, trabajo, seguridad, desarrollo personal, cultura, educación, salud... Ni que decir tiene que cada vuelta de tuerca, cada recorte, cada mes de incremento del paro violan de raíz este principio. Pero también cada decisión percibida como injusta: las ayudas a la banca, la corrupción, los privilegios. Es el "No hay pan para tanto chorizo" o el "que ellos paguen la crisis" con los que también la mayoría de la población se identifica, salga o no a la calle a manifestarse.

La Eficacia se refiere a la obediencia o acatamiento. Una norma o sistema político es eficaz mientras siga siendo obedecido o al menos acatado por la ciudadanía. El sostenimiento de la eficacia de un sistema o norma puede garantizarse, en última instancia, recurriendo a la coacción. Al uso de la fuerza. Es lo que ha ocurrido en alguno de los países árabes en los que hace tiempo que la población sabía que el sistema carecía de validez y, cuando las situaciones de pobreza han hecho insoportable su caracter injusto, a algunos regímenes sólo les queda el uso de la fuerza para manternerse. Es también la razón por la que el gobierno del PP prevé recortes en todo, menos en fuerzas de "seguridad" del estado (de este estado de cosas, se entiende)

La legitimidad del sistema democrático está bajo mínimos. La población no lo considera (inconscientemente) ni válido ni justo, y en cuanto a la eficacia, tanto la creciente tolerancia hacia las corruptelas por un lado, como la emergencia de movimientos como el "yo no pago" son claros exponentes de lo que nos espera, junto con las contundentes respuestas policiales de la derecha sin complejos. 
La enfermedad democrática es evidente, y se presentan síntimas por doquier: financieros especuladores en el gobierno, jueces sufriendo acoso por intentar hacer justicia, la exaltación de Thatcher (que destruyó los sindicatos y practicó terrorismo de estado) como modelo, el indulto a Camps; manifestaciones pidiendo "mano dura", cadena perpetua y la eliminación de garantías procesales para personas acusadas o menores... ¿Cuánto falta para que una masa social desesperada y desengañada bese las manos de un populista dispuesto a ofrecerles una cadena de oro?

Los españoles, preguntados por su confianza en instituciones y estamentos sociales, sitúan por igual, en los últimos puestos, a los poderes democráticos junto con capitalistas y banqueros (ver gráfico adjunto), con la única buena noticia de que científicos y universidades son los que reciben mayor grado de confianza.
El mosqueo y el rechazo indignado de las mayorías sociales son lógicos, teniendo en cuenta, cuales han sido las respuestas ante la crisis de los dos partidos gobernantes:
  • Mentir sobre la situación real (crisis, previsión de déficit, cuentas públicas...)
  • Violar los programas electorales.
  • Recortar derechos, servicios y rentas de la mayoría social.
  • Otorgar prebendas, ayudas, facilidades y rebajas a la gran empresa.
  • Nulo nivel de exigencia ética a sus propios miembros.

Las falsas "reformas" de la democracia. La necesidad de una regeneración democrática es acuciante. Pero, desgraciadamente, la demanda de esta regeneración está tomando la forma de un radicalismo conservador que más se parece al clamor por una tiranía que al necesario movimiento republicano (en su acepción más original) que muchos anhelamos. Considerense las siguientes "propuestas" que uno oye por ahí, envueltas en la bandera del progreso:
  • Reducir el Congreso de los Diputados. Es decir, aumentar el bipartidismo al dificultar el acceso a la representación, facilitando más el control de todos los aparatos del estado a los alternantes PP y PSOE, verdaderos aparatos de poder inaccesibles al pueblo.
  • Reducción de competencias autonómicas, representantes, parlamento o incluso las propias CC.AA. Con esto, reducimos participación política, favorecemos la centralización del poder más alejado del pueblo y disminuimos en transparencia.
  • Profesionalización” de la carrera judicial y del CGPJ. Es decir, renunciar al control democrático (mínimo) que actualmente existe sobre los jueces, dejandolos que funcionen como una casta aparte, en la que la cúpula se reproduce a sí misma sin control externo. Más o menos como la conferencia episcopal.
  • despolitización” de las Cajas de Ahorros. Es decir, quitar de sus asambleas a alcaldes, elegidos por la ciudadanía, que pueden ser retirados de sus puestos y que se deben al territorio del que proceden, para poner en su lugar a "técnicos" provenientes de los "mercados financieos". Me temo que el peor alcalde es preferible al más humano de los tiburones de Wall Street.
  • Elección directa de alcaldes. Quebrantando un principio básico de nuestra democracia: el caracter colegiado y representativo de sus órganos. En la actualidad, un alcalde se debe al pleno municipal, y si se quiere pasar de prepotente o de "mandón" se puede quedar en minoría, lo que ha pasado en no pocas (aunque insuficientes) ocasiones. Si el pueblo pone alcalde de forma directa cada cuatro años... ¿Quién lo controla luego? Y sobre todo ¿Qué espacio queda para las fuerzas ajenas al bipartidismo asfixiante?
  • Quitar Medios de comunicación públicos. Denunciemos toda, absolutamente toda la manipulación política pero ¿Dejar el 100% de la escena mediática al capital?
  • Eliminación de subvenciones a Partidos Políticos y Sindicatos. Para que se financien con sus propios recursos... o sea: los de izquierdas con la cuota de Paco, Juana y Ramón, parados de la construcción, y los de derechas y la patronal con las aportaciones millonarias de ACS, IBERDROLA, las nucleares, las petroleras, los corruptos... 

La tendencia a la regresión está ahí, y no ha hecho más que comenzar. No sería la primera vez en la historia en que, en momentos de crisis política y económica profunda como estamos viviendo, la gente opta por "un régimen fuerte y justo" que ponga orden, de trabajo y de seguridad. Ya se llame Julio César, Adolf Hitler, Fernando VII o Perón, esto ha funcionado en el pasado, incluso con el confundido apoyo, en su momento, de organizaciones de izquierda. El totalitarismo está ya entre nosotros, aunque su cara definitiva esté por formarse y aún no lo reconozcamos como tal.

¿Qué hacer? La regeneración es posible. Es neesaria, pero en el sentido de una verdadera revolución democrática que de más poder al pueblo:
  • Reforma electoral, con representatividad justa y poder de revocación de cargos electos.
  • Reforma fiscal. Impuestos progresivos, tasa Tobin, persecución del fraude.
  • Medios de comunicación sociales. Con la reserva de 1/3 de las licencias de RTV a entidades sin ánimo de lucro y grupos sociales y vecinales.
  • Democracia participativa. Plena accesibilidad de la información existente en las administraciones públicas (cuánto dinero queda, para qué, cómo se contrata, a quién, etc.) Referendum vinculante para decisiones estratégicas, etc. 
  • Planificación democrática de la economía. Porque hay dinero impreso de sobra, capacidad  productiva de sobra, grandes necesidades humanas sin cubrir y 27 millones de parados en Europa. Sobran recursos. Lo que falla es el sistema. Tenemos que empezar a decidir entre todos qué producimos, cómo, cuánto y cómo lo distribuimos.
La Izquierda ha pecado de sectarismo y de encerrarse en las instituciones, creyendo que desde los parlamentos se dirigía la sociedad, y dejando la hegemonía social e ideológica a merced de los mercados (es decir, de la derecha). Nos ofrecieron la posibilidad de sentarnos a jugar en las sillas del poder, y nos creímos que nos daban acceso al poder real. Nos domesticaron.
La Izquierda debe convertirse en herramienta de la masa social indignada de progreso. Superar las barreras de la política institucional y volcarse en la creación de contrapoder popular. Ya es hora de cocear las paredes del establo, antes de que llegue el tirano.

no fue la silla ni la fusta
no fue la espuela ni la brida
fue el primer día
cuando, aún salvaje, 
aceptó gustoso la caricia
y el nombre.

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