“Todavía no soy plenamente consciente de que soy de clase baja” explicaba Marta en un artículo sobre la desaparición de la clase media que publicó ElConfidencial hace tres años. Un buen artículo con el que discrepo en algo esencial: un trabajador asalariado con mejores o peores condiciones, nunca fué ni será clase media. Es eso, un trabajador. Lo que pasa es que la marcha triunfante del capitalismo está empobreciendo a la clase trabajadora a un ritmo tal que la ilusión de la "clase media" se disuelve ante nuestros ojos.
Lo reconocía abiertamente el gobierno del PSOE en 2011 cuando limitó el impuesto de patrimonio a fortunas personales superiores a los ¡2 millones de Euros! "para no afectar a las clases medias", que como todo el mundo sabe son la gente con patrimonios "normalitos" que pueden rondar el millón o millón y medio de Euros.
No. No somos clase media. Somos clase trabajadora. Y más vale que tomemos conciencia de ello bien rápido, porque nos están saqueando.

Para quien no lo haya leido, se trata de un libro absolutamente imprescindible para comprender la lucha de clases en la que estamos inmersos, que es más cruda que nunca y que vamos perdiendo.
Parte de esa lucha de clases consiste en educar a la clase trabajadora en el desprecio a sí misma, en la minusvaloración del trabajo que se hace y, por supuesto, en el consumo como único horizonte de realización personal y por supuesto en el mito de que hay oportunidades para triunfar al alcance de todos aquellos que no sean unos parásitos despreciables.
Las consecuencias de todo ello son evidentes: si yo y mi trabajo somos despreciables y si no soy un triunfador porque no tengo lo que sale por la tele, pese a que estaría a mi alcance si tuviera la voluntad y el talento suficiente... más vale que me calle en un rincón.
Se trata de reprimir la lucha por unas condiciones de vida mejores en las propias mentes de los trabajadores, de desmoralizarlos para que ni siquiera puedan albergar fantasías subversivas.

Se trata de tener "nuevos obreros" que no sólo no sientan ningún orgullo por el trabajo que realizan, sino que perciban el desprecio social por ocupar ese lugar. Los torneros, mecánicos y manufactureras de hace 50 años son hoy reponedores, cajeras o teleoperadores. Y tras ser explotados de día en horario laboral, son ridiculizados de noche en prime time por la tele basura, como personas basura que ejercen trabajos basura.

Y encima, entramos a formar parte de la estrategia, cuando mantenemos en el inconsciente la figura mítica del trabajador industrial de los años 60 como verdadero referente de nuestra clase mientras somos cómplices del desprecio inoculado a los auténticos obreros del sector servicios que tenemos delante de nuestras narices. Y encima nos reimos: de la chacha de médico de familia, de Aida, del portero de Aquí no hay quien viva o de los patéticos protagonistas de los reallities que no son verosímiles, pero que van construyendo un arquetipo sobre los obreros... para que nadie pueda pensar jamás que pueden llegar a nada. Ni siquiera ellos mismos.
No es verdad. No representa a los jóvenes de los barrios obreros, Lo sé, porque la persona que me ha regalado el libro para que lo lea es una maravillosa joven de 22 años criada en el Distrito Norte de Granada y formada en centros públicos. Pero los dueños de los programas de televisión orientan los castings para que el 100% de los concursantes, entrevistados o lo que sean, den esa imagen. La imagen que quieren que la clase obrera tenga de sí misma.
La tarea urgente es evidente: construir desde abajo, barrio a barrio, una nueva cultura obrera de gente orgullosa de sí misma, de su comunidad y de sus capacidades y dispuesta, por tanto, a luchar por lo que merecen.
Estamos en ello. Porque es verdad que hay una clase criminal en este país, pero no son los obreros, sino los que se llevan nuestro dinero y nuestro futuro a los bancos suizos envueltos en la bandera monárquica y mirándonos por encima del hombro a quienes hemos producido esa riqueza.
Comentarios
Publicar un comentario