Barra libre al ladrillo: dieta basura

La derecha extrema que gobierna Andalucía ha anunciado que piensa hacer lo único que sabe: alimentar burbujas especulativas para dar una falsa sensación de bonanza económica. Eso es lo que significa el silencio administrativo positivo que anuncia Moreno Bonilla para los planes urbanísticos municipales: alimentar un nuevo boom inmobiliario en Andalucía sin valorar ni la necesidad social, ni las consecuencias negativas para el territorio y los servicios públicos, ni el efecto negativo para el conjunto de la economía.
Es mentira que Andalucía necesite más vivienda. Según los últimos datos disponibles, España bate el récord de vivienda desocupada en Europa, con tres millones y medio de viviendas vacías (lo mismo que Italia y Alemania juntas, sumando estas casi el triple de población). Y dentro de España, destaca Andalucía y, sobre todo, Granada, con un 17% de viviendas vacías en el conjunto de la provincia (unas 12.000), siendo la séptima provincia de España con mayor porcentaje de viviendas vacantes.
Que tenemos un problema de vivienda es evidente, dada la escalada de precios de alquiler y las listas de demandantes de vivienda. Pero esto no significa que se necesite más construcción, sino tornar accesible lo ya construido que, en la actualidad daría abasto para un crecimiento de población de la provincia de más de 25.000 personas (más de lo que se espera para los próximos 30 años según las proyecciones demográficas de Andalucía).
Eso sí, siempre habrá interesados en comprar casa en primera línea de playa, con vistas a la sierra, en el límite de un parque natural o junto a la ribera de un río. A precios prohibitivos para el granadino medio. Negocio redondo para el promotor y generación para el futuro de un gasto en equipamientos, transporte o redes de saneamiento que pagaremos entre todos, incluidos quienes no pueden pagar esas viviendas. Ningún gobierno responsable aprobaría un desarrollo urbanístico así... de ahí la utilidad del silencio positivo.
Sobran casas, lo que nos falta a los granadinos es dinero para comprarlas porque nuestra economía genera poco empleo, precario y mal pagado. Cabe preguntarse ¿Se arregla esto reavivando el boom del ladrillo? Y la respuesta es, categóricamente no. No solo no se arregla, sino que se agravará el problema.
La economía española en el siglo XXI se ha caracterizado por una dependencia morbosa del sector inmobiliario, que nos llevó hasta la cota absurda del año 2007, en el que el casi el 70% de toda la formación bruta de capital fijo en España se dedicaba a la construcción. Esto es malo, porque los ladrillos ni se comen ni producen nada que se coma. Pero, además, porque deja muy poca inversión disponible para los sectores que puedan generar riqueza a futuro (industria, producción intelectual, investigación, etc.) Ese mismo año 2007, la formación de capital en productos de propiedad intelectual sólo llegó a un 7% y la industrial al 24%. Si algo bueno ha tenido la crisis, ha sido acercarnos más a la composición europea de nuestra inversión. Actualmente, la construcción ha descendido a un 49%, liberándose capacidad inversora para la industria (35%) y productos de la propiedad intelectual (15%). Ahora nuestra "dieta" es más sana, más intensa en inversión productiva que genera empleo para el futuro.
En Andalucía la evolución ha sido paralela a la de España, pero más atrasada. También hemos recuperado capacidad inversora en los sectores de futuro, pero con menos intensidad que en el conjunto del estado y manteniendo aun una dependencia excesiva de la actividad inmobiliaria. Aun tendríamos que mejorar mucho para acercarnos a una composición de nuestra inversión homologable a la de los territorios más prósperos. Cataluña, por ejemplo, dedica prácticamente el doble que Andalucía a la inversión productiva y la mitad menos a la inmobiliaria. Una realidad que nos marca el camino y a la que quizá deberíamos prestar más atención que a la guerra de banderas.
La construcción es necesaria, pero en su justa medida. Si es excesiva, sólo sirve para engordar el PIB, generando pobreza a largo plazo. La barra libre para el urbanismo que propone la trilateral de la derecha, supone ponernos a los andaluces a dieta estricta de grasas y azúcar: mucha satisfacción a corto plazo y diabetes y enfermedad cardiaca para el futuro. Cuando ya todos los emplazamientos privilegiados estén construidos y privatizados, los empleados de la construcción volverán al paro y allí se encontrarán con sus hijos e hijas, condenados al subdesarrollo por una política oportunista que renunció a invertir en su futuro. Este es el proyecto económico de la derecha para Andalucía.
Que el presidente de la junta apueste en estos momentos por volver a la política temeraria de la especulación inmobiliaria en detrimento del resto de sectores de la economía solo ofrece dos interpretaciones no incompatibles. Ante todo, una confesión de su falta de confianza en nuestra tierra como territorio capaz de un desarrollo económico real. Pero también, como la constatación de su alianza con los sectores más especulativos de la economía española: los de la promoción residencial, que nos condujeron hasta la gran crisis de 2007 y que ya preparan la próxima, con el presidente de Andalucía como colaborador necesario. Ganan los de siempre, cuestión de clase.

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